Actualizado: 18/09/2022
El Open de Australia es el último ejemplo de esa revolución de los pequeños que parece haberse puesto en marcha en muchas de las citas deportivas más importantes de los últimos tiempos. Chung Hyeon, el surcoreano de 21 años con gafas de casi 20 dioptrías que eliminó a Zverev y a Djokovic, o la increíble actuación de las selecciones de Gales e Islandia en la última Eurocopa de fútbol, son algunos de esos casos de triunfos “contra todo pronóstico”. Aunque probablemente la mejor historia reciente en la categoría “David contra Goliat” sea la del milagro del Leicester City proclamándose campeón de la todopoderosa Premier League.
En realidad, los ganadores “contra todo pronóstico” no deberían sorprendernos tanto. No ser el favorito tiene sus ventajas, e incluso pensar que lo eres cuando realmente no es así, puede ser una buena estrategia a la hora de enfrentarse a un rival fuerte.
¿Quién decide quién es el favorito? Los pronósticos no son más que estadística. Y en estadística, una probabilidad del 100% prácticamente no existe. Uno no es el favorito porque caiga mejor o peor, sino porque ha conseguido una serie de resultados que lo legitiman como tal o porque hay indicios claros de que puede conseguir esos resultados positivos.
El ejemplo más habitual nos lo dan las casas de apuestas, que trabajan con los datos e informaciones que sus especialistas tienen sobre determinado deporte. De hecho, cuando una práctica deportiva, como pueda ser el pádel, es más desconocida, las ganancias máximas permitidas son menores, puesto que para las casas es más difícil determinar quién es el favorito y quién no. Un ejemplo práctico: mientras que en las competiciones de fútbol más conocidas podrías ganar hasta 1.000.000€ con un pronóstico deportivo, en pádel u otros deportes más minoritarios el límite está en 50.000€.
La peor pesadilla para las casas de apuestas es el triunfo del “underdog”, especialmente cuando hay apostantes que han sabido prever ese triunfo, como pudo ser el caso de algún seguidor del Leicester City con la suficiente fe como para creer que realmente su equipo iba a ganar la Premier.
El término viene de las peleas de perros del siglo XIX, y se refiere al perdedor, el perro que quedaba bajo el top dog o ganador. Hoy en día se utiliza para referirse a un competidor del que básicamente lo único que sabemos es que lo “normal” es que pierda. Y esa es precisamente una de las ventajas del underdog: que no sabemos nada de él. Este término se usa en deporte pero también en otros ámbitos como el empresarial, donde hay varios ejemplos de éxito de empresas underdog.
En deporte ya hemos citado algunos casos de underdogs célebres, y en el mundo del pádel en concreto los vemos con frecuencia. Pero ¿por qué ganan los underdogs cuando precisamente se caracterizan por perder?
Puede sonar contradictorio, pero el hecho de pensar que un jugador tiene muchas posibilidades de perder, le da un poder tan grande que es capaz de desequilibrar la balanza hasta llevarla al lado contrario. Lo positivo de ser el underdog es todo lo negativo de ser el favorito.
Uno de los principales motivos que hacen que nos vayamos de un partido es jugar contra un rival inferior. Siempre se dice que lo más importante para ser un campeón es saber ganar, no arrugarse en los momentos importantes. Pero eso tiene su reverso: no estar acostumbrado a perder y no saber cómo gestionarlo.
En la lucha entre David y Goliat, ser un gigante tiene sus desventajas. Goliat es más grande pero es lento y se cansa, y además no entiende cómo puede estar perdiendo la partida ante un rival tan inferior. A la falta de concentración hay que sumarle la creciente ansiedad de ver que se te escapa una situación que deberías tener controlada, mientras que “David” se viene arriba y gana confianza.
Otra lección que sacamos de la leyenda de David y Goliat es que el gigante espera que su oponente juegue al mismo nivel, no entiende que haya otras estrategias. Sin embargo, David perdería seguro si tan solo confiase en el físico, su lucha será más bien psicológica.
Uno de los mayores casos típicos de David contra Goliat en la historia del deporte fue la final de Roland Garros de 1989. Recordemos el momento para los más jóvenes: Michael Chang, a sus 17 años, se enfrenta en la final del Grand Slam a Ivan Lendl, número uno del mundo y con tres títulos en París ya en su haber. Chang no tenía ni el físico, ni la experiencia de Lendl, iba dos sets abajo y la deshidratación hizo que a partir del cuarto set le matasen los calambres. El estadounidense estuvo tentado pero no tiró la toalla. No tenía nada que perder y, CONTRA TODO PRONÓSTICO, ganó. Sacó de quicio a Lendl y dejó perplejos al público y a los telespectadores con puntos como este.
Chang perdió ese punto, pero la estrategia funcionó. El estadounidense contó después cómo un tiempo antes Lendl le había dicho que no tenía nada que hacer contra él, que podría ganarle en cualquier momento y “hacer con él lo que quisiera”.
Subestimar al rival se convierte en otra arma a favor del underdog. La motivación de querer demostrar a los demás que están equivocados es muy poderosa, y si no que se lo digan a Cristiano Ronaldo, seguramente el único que realmente creía en el potencial de Portugal para ganar la Eurocopa 2016. Querer superar un reto es un elemento con el que no cuenta el favorito. Muchas veces jugamos peor con rivales inferiores, y esto se debe a la falta de objetivos y de concentración.
Es el orgullo del underdog. Como decíamos, lo único que sabemos de él es que tiene que perder, pero si el underdog cree realmente que sí que puede ganar porque sabe que puede hacerlo, se vuelve muy peligroso.
En resumen, la falta de expectativas respecto a alguien que no es favorito a ganar le permite jugar sin presión y concentrarse en el juego, no en el resultado. El favorito a veces piensa en el resultado sin haber jugado ni un punto, y cuando las cosas no salen como espera, la ansiedad crece y el pánico es capaz de derribar al más grande de los gigantes.
Todo el mundo siente simpatía por el underdog, es lo que se llama “el efecto underdog”, aunque más bien lo que queremos es ver pelea, tampoco nos gusta que nos dejen con dos palmos de narices como hizo Michael Chang.
Si eres el favorito a ganar, nunca subestimes el poder del underdog. Y si el underdog eres tú, aprovéchalo: no tienes nada que perder.